La leyenda de ‘La Alcaldesa de Zaratán’: un tesoro cultural en peligro de extinción que podría ser el origen del Día de las Águedas
Letras
1 de junio de 2023
Un estudio reciente del zaratanero Julio César Sandoval Gutiérrez ha desenterrado la historia de la popular edil. Este relato tuvo una gran acogida en forma de teatro durante el pasado siglo y habría inspirado una de las celebraciones más populares de toda la región
Según Julio César Sandoval Gutiérrez, un zaratanero afincado en Sevilla, «todos los pueblos tienen sus historias y leyendas narradas de padres hijos a lo largo de los años, pero algunas con el paso del tiempo se diluyen hasta desaparecer, siendo obligación de sus habitantes de mantenerlas vivas y no permitir que se pierdan. Y Zaratán es uno de ellos».
En su último estudio sobre La Alcaldesa de Zaratán, Sandoval Gutiérrez recopila información sobre esta leyenda en orden cronológico descendente, hasta la última referencia escrita que parece existir, con el objetivo de revivir un trozo de la tradición del pueblo. El interés por la leyenda se despertó cuando su padre, en su niñez, le contó la historia de cómo una alcaldesa de Zaratán pudo haber desencadenado la tradición del Día de las Águedas.
Sandoval Gutiérrez presenta en su estudio toda la información que ha podido recopilar sobre esta leyenda, incluyendo una descripción detallada de la historia y de cómo se ha transmitido a lo largo del tiempo. Con esta investigación, el zaratanero remarca la importancia de mantener vivas las tradiciones y leyendas de un pueblo para preservar su patrimonio cultural.
La historia ocurrida en el pequeño pueblo de Zaratán en 1580, se asemeja a la trama de la obra de teatro de Calderón de la Barca, ‘El alcalde de Zalamea’. Según algunas fuentes, esta obra podría estar directamente inspirada en la leyenda del pueblo.
El suceso cuenta como un mozo del pueblo y su novia son molestados por unos soldados. El joven se armó de valor y defendió a su amada, hiriendo a uno de los agresores. Los novios fueron capturados y llevados ante el capitán de la compañía de Don Gaspar de Santillana. Éste, sin conceder una explicación adecuada y sin juicio, ordenó que el joven zaratanero fuera ahorcado en un árbol cercano.
La situación empeoró cuando el capitán se encaprichó de la chica y la obligó a pasar la noche con él en su tienda. Cuando los habitantes del pueblo se enteraron de lo sucedido, decidieron vengar la injusticia por su cuenta. Tras el engaño de otra mujer, que se ofreció como cebo para capturar al capitán, los vecinos le atraparon y este fue llevado a la plaza del pueblo, donde se encontraron con la esposa del alcalde, que se encontraba ausente.
Catalina, la alcaldesa “en funciones” de Zaratán en ese momento, se encontró en medio de una multitud exaltada que pedía justicia para un hombre que había cometido varios delitos graves. A pesar de no tener la autoridad para juzgar al hombre, Catalina decidió tomar cartas en el asunto y hacer lo que estaba en su poder para hacer justicia.
La multitud pedía que se le diera un castigo severo al hombre, que había sido capturado por haber ahorcado a un joven sin causa justificada y haber abusado de una joven. La alcaldesa les dijo que no estaba en su poder hacer justicia, pero que les permitiría que lo encerraran en prisión. Sin embargo, la multitud se negó a esperar y pidió justicia pronta.
Catalina se vio en una situación difícil, pero decidió tomar una decisión audaz. Tomó la vara de su marido, quien era el alcalde, y subió al balcón para dirigirse a la multitud. «Como la alcaldesa de este pueblo, ya que me pedís justicia os la voy a dar bien cumplida y recta como esta vara que aquí veis», dijo Catalina mientras sostenía la vara en alto.
La multitud clamaba por la muerte del hombre y Catalina decidió tomar una decisión drástica. Después de darle la oportunidad de defenderse, Catalina lo sentenció a muerte.
«Esta vara el Rey, nuestro señor que Dios guarde, se la dio a mi marido para que administrare justicia en todo el término de este pueblo…, y este hombre que aquí tenemos para juzgar era antes de cometer los crímenes un honroso capitán español, pero ahora no es más que un asesino y un forzador de doncellas. Por lo tanto, yo en representación de mi marido y en nombre de su majestad, le condenó a que pague con la horca el justo precio de sus obras. ¡Tomadlo, que vuestro es!», dijo Catalina.
Soldados de la compañía de Santillana encontraron la horca y cuerpo de su capitán en Zaratán al amanecer. Antes de que estos tuvieran ocasión de tomar venganza y atacar al pueblo, un habitante de Zaratán informó apresuradamente a las autoridades, incluyendo al Rey Felipe II, que se encontraba en Valladolid.
El Rey envió un emisario para recopilar información precisa, puesto que él mismo había emitido un edicto para castigar severamente los excesos de las tropas en los pueblos. —En algunas versiones el monarca se trasladó personalmente a Zaratán con la intención de intervenir en un caso tan complicado—.
Después de considerar la situación, la resolución favoreció a quien «con tanta entereza como acierto y en circunstancias extraordinarias, había sostenido en alto las prerrogativas de la justicia real». Por ello, cuenta la tradición que Felipe II expresó públicamente su satisfacción de tener tal alcaldesa en una de las villas de su Reino. Como conmemoración, ordenó que solo ella ejercería la jurisdicción en Zaratán cada año en el mismo día.
La decisión de Catalina y la sentencia del Rey tuvieron un gran impacto en Zaratán y, entre tradición y leyenda, se convirtió en motivo recuerdo cada 5 de febrero en el Santoral de Santa Águeda. A pesar de las críticas que recibió por su decisión, Catalina fue elogiada por propios y extraños por haber tenido el coraje de hacer lo que era justo. También es una leyenda única que pone en relieve la fuerza de la mujer en el siglo XVI. La historia fue llevada al teatro durante el pasado siglo en diversas ocasiones, y ha sido objeto de referencia en distintos diarios y periódicos durante los siglos pasados.
Esta historia refleja la riqueza y variedad de tradiciones y leyendas que inspiran a los poetas y artistas, tanto religiosas como profanas. Además, se destaca el valor que se le daba a la justicia en el pasado, y cómo la gente común podía hacer valer sus derechos y hacer justicia por su cuenta. La historia de Zaratán es un ejemplo de ello, mostrando cómo el pueblo se unió para vengar la injusticia y defender la honra de sus jóvenes vecinos.
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