Irina Alecu y Ciprian Filimon, un «amor odio» por la música que terminó en carrera profesional

Música

30 de diciembre de 2024

Estos rumanos afincados en Zaratán desde hace casi veinte años pasaron su niñez resistiéndose a entregarse a lo que más tarde descubrirían que era su pasión y su futuro, lo que los llevó a ser primer violín y tercera viola de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León.

Rebeldes, y algo reticentes a doblegarse a una sociedad y un entorno que les imponía la música sobre todas las cosas, Irina Alecu y Ciprian Filimon crecieron ligados a una ocupación que sus padres habían elegido por ellos, y a un instrumento que en aquel entonces no esperaban que se convirtiese en su mejor aliado y en el elemento que marcaría su vida profesional.

Tras una infancia en la que los ensayos eran algo “tedioso” para ellos y que aprovechaban para escabullirse en cuanto podían; la adolescencia, unida a profesores entregados y artistas inspiradores hicieron que algo en sus cabezas hiciera click para, por fin, decidir que serían violinistas profesionales. De este modo, ambos entraron en el Conservatorio Superior, donde hicieron carrera en violín, unos años que recuerdan como momentos “de mucho trabajo y competitividad entre compañeros para alcanzar el nivel deseado”. “Los veranos eran el momento idóneo para progresar, así que no había vacaciones”, explica Irina, quien revela entre risas que la única vez que pisó una discoteca fue en la fiesta el año que pasaba a bachiller.

Así, sus primeros contactos con la profesión fueron en la Filarmónica de la ciudad -por aquel entonces un símbolo para Rumanía- y en la ópera en el caso de Irina. Sin embargo, al poco tiempo de casarse, Ciprian vio la oportunidad de salir de su país al encontrar “por casualidad” dos vacantes en la Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCYL). “Hacía tiempo que había cambiado el violín por la viola porque se acomodaba más a mis aspiraciones, y entonces cogí un avión, audicioné y conseguí la plaza en 2005”, comenta, mientras que Irina tuvo que presentarse en tres ocasiones debido a la diferencia en las pruebas entre Rumanía y España.

Desde entonces, cada día ensayan durante cuatro horas, pero el trabajo no acaba ahí, pues, como ambos aseguran, “la música es como el deporte, hay que entrenar constantemente”. Por ello, cuando llegan a casa siguen ensayando, pero siempre con tiempo para dedicarse a sus hobbies, como son el bádminton en el caso de Ciprian o la novela negra en el caso de Irina, y por supuesto a sus hijas, quienes ya han decidido no seguir el legado de sus padres. “Nosotros sacrificamos nuestra infancia por la música y no quiero que ellas lo hagan. Si es su futuro, que lo decidan por voluntad propia”, apunta la violinista.

De no haber sido músicos, Ciprian revela que le hubiera gustado ser futbolista o psicólogo, mientras que Irina sería informática o inspectora de policía, aunque ambos están de acuerdo en que su elección fue la acertada, y su único propósito es seguir creciendo y sintiendo la música como ese gran edificio que construyen en cada concierto.

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